¡Ey!
A ver. Sí, deja que me aclare con ésto
y ahora empiezo. No me metas prisa tío, yo voy a mi ritmo, relax
hermano.
...
Ey querido lector. ¿Qué tal? ¿Todo
bien? Espero que sí colega, porque yo estoy de puta madre y no tengo
ganas de que me jodas el buen rollo, pero tú tranqui, que si estás
de bajón intentaré darte vidillay animarte un poco. Tú solo déjate
contagiar por mi locura.
No sé que se supone que tengo que
decir a modo de introducción ni nada de eso. Soy un novato en ésto
de la narración y tal... para ser sincero, hoy es mi primer día.
En realidad, el narrador iba a ser
Scott, pero tiene una movida chunga en la garganta sobre hongos o
nosequé, algo super asqueroso... y claro, pues el padre de Scott
sabe que no tengo curro... se rumorean cosas por el barrio sobre
asuntos ilícitos y trapicheos varios en mi casa... y bueno, pues
eso. Me ha llamado y con la voz esa que tiene de mecánico borracho
me ha dicho “Ey Joey, te he encontrado un puto trabajo decente, así
que mueve el culo y ven a la calle Wellington ya”.
Y aquí estoy querido lector, o
lectora, o lo que seas. Me disculpo contigo con antelación por mi
ineficiencia, mi torpeza, mi vocabulario soez y escueto, mis
gilipolleces, mis desviadas de tema y la cantidad de tacos que suelto
por minuto. No tengo estudios ¿Sabes? Yo me he criado en las calles.
No tengo un titulillo de esos chachis que te dan en la universidad
cómo el que tiene Scott aquí colgado; “Scott Bentley: Licenciado
en bidibi noseque nosecuantos”, pero oye, le echo ganas y ahora
mismo pongo veinte pavos sobre la mesa a que en tu puta vida te vas
a olvidar de mí.
Ni de mí ni de mi historia, claro.
Porque ésta historia, va sobre mí. En
el fondo se supone que es un libro de... espera, déjame mirar los
papeles estos que hay por aquí, que creo que se supone que... lo
explica... por alguna parte...
Sí, mira. Aquí pone que; El libro es
una historia épica sobre fantasmas en un castillo. Más o menos.
Algo así cómo un terror en el medievo; ginetes sin cabeza,
caballeros de la muerte, aullidos a medianoche y armaduras que se
mueven solas. Por el estilo. Pero ésto es una mierda. Yo no sé
quién lo ha escrito, pero vamos, yo no me lo trago ni como película
de madrugada una noche de insomnio. Así que pasamos de las hojas
estas y te cuento lo que me dé la gana ¿te parece?
Hechas las presentaciones, te tengo que
decir que ni yo soy un narrador normal, cómo has podido comprobar,
ni la historia que te voy a contar es normal, y los personajes no son
nada... típicos. Nosotros, los protagonistas de ésta historia,
podemos jugar con tu mente desde aquí. Podemos, si queremos, y oh,
claro que queremos, manipular tus pensamientos a nuestro antojo. No
dudes en ningún momento de que lo vamos a intentar. Todos nosotros.
Así que tienes que estár atento en todo momento y no te creerte
nada, nunca, jamás, da por hecho que todo es mentira, siempre.
Regla número uno de Joey; “No te
creas a nadie”.
Te lo cuento así, en privado, entre tú
y yo, porque en el fondo soy un tío legal y no me gusta joder a la
gente. Tengo como un queseyo aquí dentro del pecho que me recarcome
y me da penilla ver a alguien jodido. Así que te aviso de antemano
para que luego no puedas reprocharme nada. Yo te contaré la historia
de verdad, tal y cómo pasó, y luego tú, pues ya sacas tus propias
conclusiones.
¿Empezamos? Venga, dale al play.
1
La meta
La historia empieza cuando recibo una
llamada de mi querido mayorista, al que llamaremos “El jefe”, ya
que tú no eres nadie para saber quién es él y no pienso decírtelo
porque me la juego y no sabes de que manera. El Jefe... no es el jefe
de unos grandes almacenes, a ver si me entiendes. No vende juguetes,
ni lleva un delantal verde, ni tiene barba, ni una sonrisa afable.
El Jefe es un cabrón de los gordos.
Cuando me llama El Jefe, yo, que soy un tío peligroso, tiemblo. Veo
el número del jefe en la pantalla del móvil y trago saliva antes de
contestar. Mis ojos se entrecierran de forma involuntaria, esperando
los agravios a través del altavoz y separo ligeramente el teléfono
de mi oreja para reducir los decibélios del ataque verbal.
- ¡Joey! ¡me cago en tu puta madre!
¿No pensabas contarme nada del asunto de la meta? ¡¿Tú qué te
piensas?! ¡¿Que soy gilipollas?! ¿¡Que no me iba a enterar?! ¡En
el café Big Apple! ¡Ya! -
Y me cuelga y yo ya sé que estoy
jodido.
El asunto de la meta... El asunto de la
meta fue una puta casualidad que no esperaba que me pasara, la
verdad.
Estoy sentado en el Big Apple y El Jefe
no aparece. Me pongo de los nervios, porque me ha citado él y ha
sido muy claro en cuanto a la hora del encuentro. Miro el reloj
deportivo que llevo en la muñeca y el tic tac de las agujas de los
cojones me pone más nervioso. Ya llevo diez minutos aquí. ¿me
habré equivocado de local?
Escucho la campanilla de la puerta y no
me hace falta girarme para saber que El Jefe ya está aquí.
- ¡Tú rubia, la gorda! ¡Ponme un
café con leche, la leche fría! ¡¿Te queda claro?! ¡Y tú! -
Siento su dedo índice señalarme a dos metros de distancia y cuando
se acerca le miro a la cara evitando los ojos. El Jefe es cómo un
animal salvaje que siempre está furioso. Si lo miro a los ojos
directamente puede pensar que le estoy desafiando y no me apetece
mucho que piense eso, la verdad.
- ¡El guaperas! ¡Cuéntame ahora
mismo el asunto o te arranco las orejas y se las doy de comer a tu
perro. -
- Pues verás jefe... eh... -
Y le cuento el asunto de la meta.
Omitiendo algunos detalles, claro.
Resulta que me llamó un amigo mío que
conoce a lo que me dedico, y que por casualidad, se había topado con
un tío que quería comprar. Mi amigo me llamó emocionado y me dijo
que un amigo, de un amigo, de un amigo de su primo, había conocido a
un tipo en una discoteca, que, por lo visto le sobraba la pasta y
quería pillar dos kilos de cocaína para una fiesta privada o
noseque historia.
Yo suelo comprar medio, pero si
compraba dos y me los quitaba de encima en una noche, era un negocio
de la hostia. Solo tenía que quedar con El Jefe, contárselo,
llevarlo a la discoteca y quedarme la pasta. Y desaparecer. Largarme.
Cómo hice en San Francisco. Darle por el culo al Jefe, al perro y al
bajo en el Bronx. Que se lo quede Holly.
Con un par de Kilos de coca no me da
para las barbados, pero puedo desaparecer de ésta ciudad y volver a
empezar en otro sitio. Buscar un trabajo decente, de vendedor de
coches o algo así, y pasar de toda la mierda en la que estoy metido.
Así que quedé con El Jefe, le conté
la película y aceptó tras prometerme, con el estilo que le
caracteriza, que si se la jugaba me cortaba las pelotas. Me aseguró
que me buscaría y que aunque me escondiera dentro del culo de un
chino, acabaría encontrándome y me sacaría las entrañas con las
manos. Pero me dio la coca y cuando me largué en dirección a casa
ya se me habían olvidado sus amenazas y solo pensaba en qué me iba
a gastar la pasta.
Abrí la puerta de casa y sentí un
alivio de la hostia cuando cerré la puerta. No me habían pillado.
Holly estaba tumbada en el sofá tapada con una manta, mirando algo
en la televisión mientras Django, mi Bull Terrier, dormía
tranquilamente a sus pies.
- Ponte guapa que nos vamos. - Le dije
solo entrar, y me metí en mi habitación para cambiar mi estilo de
vestir cochambroso habitual por una camisa y unos zapatos decentes.